A la puesta del sol salió una proclama por todo el campamento, diciendo: —¡Cada uno a su ciudad! ¡Cada uno a su tierra!
Ya se ponía el sol cuando por todo el ejército se difundió un clamor: 'Cada hombre a su ciudad; ¡todo el mundo a su tierra!'
Al anochecer, se corrió la voz en todo el ejército: «¡El rey ha muerto! ¡Cada uno regrese a su ciudad y a su tierra!» Después llevaron el cuerpo del rey a Samaria y lo enterraron allí.
A la caída del sol se corrió un grito por el campamento: «Cada uno a su ciudad, cada uno a su tierra.
Y a la puesta del sol salió un pregón por el campamento, diciendo: ¡Cada uno a su ciudad, y cada cual a su tierra!
Y a puesta del sol salió un pregón por el campo, diciendo: ¡Cada uno a su ciudad, y cada cual a su tierra!