Aquel mismo día, cierto hombre de Benjamín corrió desde el campo de batalla hasta Silo, con la ropa rasgada y tierra sobre su cabeza.
Un soldado que pertenecía a la tribu de Benjamín salió corriendo del frente de batalla, y ese mismo día llegó a Siló, con la ropa hecha pedazos y la cabeza cubierta de polvo.
Ese mismo día, un hombre de la tribu de Benjamín escapó de la batalla y llegó corriendo a Siló. Había roto su ropa y se había echado polvo sobre la cabeza en señal de luto. Cuando entró en la ciudad y le contó a la gente lo que había pasado, todos empezaron a llorar a gritos. El sacerdote Elí era ya un anciano de noventa y ocho años, y se había quedado ciego. Estaba sentado en una silla, junto al camino. Esperaba saber, con ansias y temor, qué había pasado con el cofre del pacto de Dios. Cuando oyó el griterío, preguntó: —¿Por qué hay tanto alboroto?
Un hombre de Benjamín salió corriendo del campo de batalla y llegó a Silo aquel mismo día, con los vestidos rotos y la cabeza cubierta de polvo.
Y corriendo de la batalla un hombre de Benjamín, llegó el mismo día a Silo, rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza;
Y corriendo de la batalla un hombre de Benjamín, vino aquel día a Silo, rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza: