En cada provincia y en cada ciudad, dondequiera que llegaba la palabra del rey y su decreto, los judíos tenían alegría y regocijo, banquete y día de fiesta. Muchos de los pueblos de la tierra declaraban ser judíos, porque el miedo a los judíos había caído sobre ellos.
En cada provincia y ciudad adonde llegaban el edicto y la orden del rey, había alegría y regocijo entre los judíos, con banquetes y festejos. Y muchas personas de otros pueblos se hicieron judíos por miedo a ellos.
A medida que se iba conociendo la orden del rey y su documento, en cada provincia y ciudad, los judíos festejaban con gran alegría. Y tanto era el miedo que les tenían a los judíos, que muchos en el país aceptaron su religión.
En todas las provincias y ciudades, en los lugares en que se publicaba la orden y edicto del rey, hubo entre los judíos alegría triunfal, banquetes y días de fiesta. Y muchos habitantes del país se hicieron judíos, pues el temor a los judíos se había apoderado de ellos.
Y en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del rey, los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer. Y muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos, porque el temor de los judíos había caído sobre ellos.
Y en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del rey, los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer. Y muchos de los pueblos de la tierra se hacían judíos, porque el temor de los judíos había caído sobre ellos.