Cada uno tenía cuatro caras. La primera tenía cara de querubín; la segunda, cara de hombre; la tercera, cara de león; y la cuarta, cara de águila.
Cada uno de los querubines tenía cuatro caras: la primera, de querubín; la segunda, de hombre; la tercera, de león; y la cuarta, de águila.
El espíritu que impulsaba a los seres también estaba en las ruedas. Por eso, cuando los seres se movían, o se paraban, o se elevaban de la tierra, las ruedas hacían lo mismo. Cada uno de los seres tenía cuatro alas, y en sus costados, debajo de las alas, tenían manos humanas. También tenían cuatro caras. La primera de ellas era la de un toro, la segunda era la de un hombre, la tercera era la de un león, y la cuarta era la de un águila. Todos ellos avanzaban de frente. Cuando vi sus caras, me di cuenta de que eran los mismos seres extraños que yo había visto junto al río Quebar, a los pies del Dios de Israel. En ese momento el gran resplandor de Dios se elevó por encima de la entrada del templo, y se detuvo sobre los cuatro seres. Entonces ellos extendieron sus alas y, con sus ruedas a un lado, se elevaron del suelo. Luego se detuvieron en la entrada que está en el lado este del templo de Dios. Por encima de ellos podía verse el gran resplandor del Dios de Israel.
Y cada uno tenía cuatro caras: la primera era la cara del querubín, la segunda una cara de hombre, la tercera una cara de león y la cuarta una cara de águila.
Y cada uno tenía cuatro caras. La primera era rostro de querubín; la segunda, de hombre; la tercera, cara de león; la cuarta, cara de águila.
Y cada uno tenía cuatro caras. La primera tenía rostro de querubín; la segunda, rostro de hombre; la tercera, rostro de león; la cuarta, rostro de águila.